Miguel Angel Builes

(viene de la parte 1) “Sí, hermanos carísimos: ser padre es dar la vida; y yo, en nombre de Dios, vengo a daros la vida misma de Dios, la vida sobrenatural de la gracia; y, como una madre llena de ternura, vengo a sosteneros en esa misma vida a los que ya la poseéis, para que no la perdáis jamás."

 
He dicho como una madre, porque, si como padre siento en mi ser la potencia generadora que Dios me ha comunicado mediante la consagración episcopal, como madre arde en mi pecho una hoguera, que jamás había sentido, el fuego del amor materno hacia vosotros y que después del amor divino no tiene otro alguno superior ni en el cielo ni en la tierra. De tal manera, hermanos carísimos, que, si Dios no ha hecho nada en este mundo tan bello, tan fecundo, tan rico y delicado como el corazón de una madre, esa belleza, esa fecundidad, esa riqueza y esa suavidad las ha depositado en mi alma el día de mi consagración episcopal.”3
La cita anterior es toda una joya en el magisterio de monseñor Builes, porque data de 1924, está extractada de su discurso de posesión. Cuando hace un símil de su amor con el de una madre, no es un recurso poético en este caso, es la descripción de lo que venía sintiendo desde su servicio misionero en las zonas rurales de Antioquia, porque este maestro de centenares de misioneros nos demuestra que la encarnación es el imperativo categórico para todo discípulo de Cristo. Así como el splagchnizomai de Jesús lo movió a alimentar a las multitudes (Cfr. Mc. 8,2), a dar la vista a los ciegos (Cfr. Mt. 20,34) y a dar la vida al hijo único de la viuda (Cfr. Lc. 7,13), el dolor en las entrañas de Builes, lo impulsó a reclutar madres para la misión, madres que sanaran el dolor de los más débiles:
 
“El salvaje internado en los bosques milenarios os espera para que le comuniquéis luz y amor divino; el niño abandonado en los arrabales suspira por una madrecita tierna que le prodigue los cariños que no tiene, los cariños maternales, y estampe en su frente de expósito el cálido beso de la madre…”4
 
A mi juicio este fragmento de uno de sus sermones a las Teresitas, ilustra claramente lo que él esperaba de nosotros. Y a quien le parezca que estas palabras sólo son acuñables a las mujeres, es oportuno recordarle aquella anécdota donde un colega cuestiona a monseñor Builes por esas devociones tan femeninas hacia santa Teresita del Niño Jesús, a lo que él respondió algo como: “haga lo que ella dice haber si es tan macho”. ¡Cuánto bien les haría a nuestras misiones que fuésemos capaces de imitar a las mujeres en su capacidad de amar! Ellas tienen en su esencia la clave de la salvación, o en palabras de monseñor Gerardo Valencia Cano MXY: “… es quizá necesario aún más: el que alguna mujer demuestre con su valor y con su amor universal, que también el sexo femenino tiene la capacidad para una grandeza más alta que la de los varones.”5
 
Tratar hacer nuestro corazón y nuestras entrañas semejantes a las de una madre, confiere un enorme dinamismo a la vida misionera, puesto que evangelizar supone salir de nosotros mismos, de nuestras “zonas de confort”, de nuestros egoísmos, para abrirnos a la plenitud del Amor. Cuando oramos diciendo “haced mi corazón semejante al vuestro” le estamos pidiendo que nos dé las mismas entrañas de misericordia que hicieron que aquel Padre se lanzara al cuello a su hijo a besarlo (Cfr. Lc.15,20) y en Mi Testamento Espiritual hay suficientes referencias para entender que la primera tarea del misionero, la fuente de donde emana su acción pastoral, El carisma fundacional de monseñor Builes brotó de unas entrañas sensibles al dolor humano: “…el corazón albergué mi clero y mis diocesanos con aberturas sangrantes de muchas espadas; la cabeza coronada de espinas por mi seminario de misiones; mi mano derecha y mi mano izquierda atravesadas con gruesos y penetrantes clavos y sangrientas plumas rojas que representen las activas y contemplativas…” Pero sangre de la que habla Builes es de donde brota la vida, pues como lo grita de una manera avasalladora el Misterio Pascual, el dolor es sólo un antecedente de la curación. Cuando ayudemos a Cristo a sanar el sufrimiento humano con el amor de una madre, seremos testigos de cómo, por fin llega la Salvación a nuestros pueblos.
 
♫ Si tu Reino pudiera ser más claro y más veloz, Señor, qué bueno fuera ♫
 
El Pastor profeta y misionero sin fronteras nos invita a
contemplar y ecuchar los gemidos del corazon de la selva de nuestra humanidad.
 
Hoy recibo el telegrama de Bogotá según el cual el avión volará a Mitú el sábado 14 próximo…”. Hoy prediqué a las Hermanas sobre el Don de Ciencia. Trabajé hasta “el exceso”. Pero qué voy a hacer. En mi visita a Mitú descansaré nuestra amada selva del Vaupés. Dos miradas se escaparon de mi alma: la primera hasta el seno de la manigua donde me pareció contemplar las fieras, las serpientes, las aves tropicales, las tambochas por millones y las nubes de insectos venenosos; me pareció escuchar el rugido del jaguar la orquestación de las cachiveras (chorreras) de los ríos y las pulsaciones del gigantesco corazón de la selva, unido al gemido de los corazones sombríos y solitarios del indio salvaje que habitan sin Dios entre las bestias que bajo la coyunda del blanco cauchero sin piedad y sin justicia, verdaderos monstruos humanos, peores que las fieras…(40 días en el Vaupés).
 

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