La experiencia de mi primera misión tiene lugar en una vereda llamada Piedecuesta ubicada en el municipio de Icononzo Tolima, un lugar lleno café, grandes plantaciones de banano bocadillo, manantiales de agua y personas que siempre te reciben con sonrisas. Campesinos y campesinas que día a día trabajan la tierra y cuidan sus animales...

Compartí esta misión con mi compañera María Emma, una mujer, mamá, abuela y catequista (seguramente es esto y mucho más, pero esta es la partecita que conocí de ella en estos días) que fue un gran apoyo durante esta misión; y con María Eugenia, una de las animadoras de la vereda que nos recibió en su hogar junto con su pareja Jorge.

Esta experiencia la viví en tres momentos. El primero, las visitas a los hogares, donde aprendí que este camino de misión se lleva con amor, humildad y sencillez, además de que te exige fortaleza espiritual e incluso paciencia, porque, así como llegas a hogares en los que te escuchan y te reciben con amor, entras en espacios donde probablemente ni siquiera te estén escuchando, pero con los días entendía que esas personas que a veces te ignoran son las que le dan valor a este camino. Por ellos sales a misión.

El segundo momento fueron los talleres con niños, niñas y adultos, este fue un momento que me hizo entender mis fortalezas y mis cualidades por cambiar o adquirir. Cuando vas de misión tienes que llenarte de carisma, para así “ser pescador de hombres”. Todas las personas que llegaron a los talleres me tocaron el corazón pero en especial Dylan, un niño amoroso y perceptivo a todo lo que se hablaba. Hubo un momento que me marco y que fue uno más que le dio sentido a esta misión, con los adultos finalizamos siempre las actividades con un abrazo y en los ojos de uno de ellos después de un abrazo fuerte entendí la importancia de los abrazos.

El tercer momento fue cada uno de los días santos. El lavatorio de pies es un momento de amor, servicio y perdón que vivimos en comunidad, Jesús nos dijo les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes y así todos entramos en un momento de humildad y lavamos los pies unos a los otros. 

El viernes santo lo iniciamos en silencio y reflexión, caminamos al inicio del viacrucis, las estaciones estaban divididas por familias, estación a estación las familias se entregaban la cruz, dejaban una carta con sus agradecimientos, peticiones y compromisos para este nuevo año litúrgico y una vez llegamos a la última estación, nos tomamos de las manos, oramos y entregamos cada una de las oraciones escritas, este fue el primer momento de entregar la cruz. Una vez llegada las tres de la tarde, todos en silencio nos arrodillamos, en el momento de la adoración a la cruz pasaron uno a uno y con lágrimas y sonrisas entregaron eso que tanto les pesaba. 

Por último, el sábado santo, este día lo empezamos en silencio y lo terminamos en fiesta. Fue un día de agradecer y de compartir. Antes de ir a misión pensar en estos tres últimos días me angustiaba, pero todo ese temor se fue en segundos, cada día y en cada homilía sabía que tenía que decir y hacer, viví y entendí todo momento llena de espíritu santo. Quedo agradecida con todas las personas que acompañaron, vivieron y permitieron esta misión, agradecida con las personas que nos recibieron y por las lágrimas de cariño sincero que nos despidieron. Fueron días de trabajo, oración, aprendizaje y alegría que me permitieron conocer más a Dios. 

Gracias a la comunidad Hermanas misioneras de Santa Teresita que me permitieron vivir esta hermosa experiencia sirviendo con amor a los demás.

María Paula Peña
(LAMITEA en formación)

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