Blog de Espiritualidad Teresiano
Artículos de interés general de la provincia y en su mayoría sacados de la Publicación "Acontecer Provincial"
Miguel Ángel Builes Gómez

“SALIR”

Para salir, se necesita estar dentro; nadie sale si primero no está dentro. ¿Dentro de qué? ¿Dentro, con quién? Y la imaginación, amiga de la poesía, me llevó a ver, como entre sueños, a Miguel Ángel, ¡dentro!… dentro de Dios, en diálogo íntimo y, como él mismo lo señala en su testamento espiritual, “en amistad estrecha con Jesús”, como quien recibe instrucciones del Maestro, que le indica dónde ir, cuándo ir y cómo ir.

Pienso que Miguel Ángel entró desde muy niño en Dios, y desde niño se puso en salida misionera, cuando nos narra él mismo: “Desde niño leía con entusiasmo la Revista de la Santa Infancia que ponía en mis manos mi buena madre, y recitaba el Padre Nuestro por la propagación de la Fe con la invocación: San Francisco Javier, ruega por nosotros. Enseñada también por ella. El Señor sembró en mi interior la semilla misionera que, en el transcurso de los años, nació, y la ayuda de Dios, que da el crecimiento, ha de producir copiosos frutos”.

En otro aparte de su diario dice:

“Recuerdo que mi santa madre, sentada en su vieja butaca y haciendo que yo colocara mis codos sobre sus rodillas, me enseñaba amorosamente la doctrina del Padre Astete, y luego, sentándome a su lado, me hacía leer antiguas revistas de la propagación de la Fe y de la Santa Infancia, y me explicaba el significado de las fotos, donde veía al misionero, al salvaje, las selvas, los bohíos, las fieras y serpientes, los ríos y las lejanías arreboladas; todo lo cual dejaba en mi alma una impresión profunda con cierto tinte de melancolía, dibujando en mi espíritu los vagos contornos y entre nubes medio diluidas las tierras de misión que después conocí”.

Miguel Ángel, movido por el amor infinito de Dios y su celo misionero, se ordena sacerdote, y en aquel abril de 1915 recibió su primera obediencia: coadjutor de la parroquia de Valdivia y misionero de las regiones desde Puerto Valdivia hasta Nechí. Tierra de misión, colmada de profundo dolor e ignorancia religiosa, lo cual hacía arder el celo misionero del Padre Builes. Experimentó la tristeza de los pobres, las carencias de los salvajes, el hambre y sed de Dios en sus hijos e hijas, y en sí mismo la enfermedad.

Narrado por él mismo de la siguiente manera:
“¡Cuántas miserias veían mis ojos en aquellas y fervorosas excursiones, cuántas miserias!... Cuando, bogando río abajo, me detenía en cada caserío y contemplaba a aquellos pobres, cuasi salvajes, tan numerosos, quienes, extendiendo sus manos suplicantes, me pedían pan para sus almas, me venían con obsesión aquellas palabras de Jesús: ‘La mies es mucha y los operarios pocos’... ¡Salvar tantas almas de los mundos nuevos! ¡Pero veía tantas! Y yo, pobre misionero, víctima de paludismo, escuálido, macilento, ¿qué podré hacer?”

Y es justo en este momento de correrías misioneras por las tierras designadas, que explota en deseos de hacer más, de salir, de ir más allá de las fronteras de la diócesis: “Mi alma vibraba, empero, ansiosa de salvar esas almas y las del Magdalena, y las del Caquetá, del Putumayo, del Amazonas y... ¡qué osadía! las del mundo entero”.

El joven sacerdote vivía en continua salida misionera. Enviado a Santa Isabel, El Tigre y Remedios, en el nordeste antioqueño, lugares donde puso a prueba su talante misionero. Siempre en salida, en búsqueda de sus feligreses, haciendo uso de todos los medios para lograr la transformación espiritual y social. Saliendo de la seguridad del sector urbano para internarse en la selva, a lomo de mula por largas horas, en muchas ocasiones sin probar bocado, pero conservando siempre la alegría.

El 3 de agosto de 1924 recibió su ordenación episcopal de manos del excelentísimo señor Nuncio Apostólico, Monseñor Roberto Vicentini. Ya hace cien años de tan glorioso momento y que es el motivo que nos reúne. Es precisamente por estas fechas que se llevó a cabo el primer congreso misionero de Colombia, en el cual se habló de la necesidad de abrir seminarios de misiones. Y como una ráfaga divina llegaron a su corazón las palabras del Padre Maturín: “A usted le toca acometer la obra…” Esto, sin duda, era otra salida de sí mismo, pues ya había asumido con humildad, pobreza y dignidad el episcopado. Las palabras del Padre Maturín calzaban con nuevo dinamismo sus pies y corazón misionero. Aquello que había pedido a Dios por tantos años, mientras bogaba río arriba e internaba en la selva, “envía obreros a tu mies”, era ahora la tarea que Dios mismo le encomendaba: “Fórmame obreros para la mies”. Diré que una forma de salir de Monseñor Miguel Ángel Builes fue, es y será a través de sus hijos, en quienes prolonga su celo y a través de los cuales continúa cruzando fronteras.

Monseñor Builes es un obispo en salida. Salió con su corazón, con sus ojos, con su imaginación y con sus pies misioneros. Salió, salió de la curia diocesana para visitar cada una de las parroquias de su amada diócesis, para acompañar en la misión a sus sacerdotes, para orientar a su pueblo y brindarle todas las asistencias espirituales necesarias, como la confesión, la eucaristía, la predicación y la exhortación cristiana, al igual que interesantes propuestas de transformación social, económica, educativa y cultural.

Monseñor Builes salió incluso en las noches, cuando su sueño se veía minado de pensamientos. Sus ideas, tan misioneras como sus pies, tenían el poder de viajar, superando tiempo y espacio, porque así es el Espíritu: “nadie sabe de dónde viene ni a dónde va”. Deseaba más, quería más... No bastaba con ir, no bastaba con salir. El anuncio del Evangelio debía ir acompañado de verdaderas transformaciones.

El Evangelio debía tener otra forma de ser comunicado. ¿Una unidad móvil para el Bajo Cauca? Sonaría para muchos a locura, para otros, la utopía imposible de un soñador. Pero para el Obispo en salida, era una inspiración divina.

Signo de esto son los múltiples relatos de sus sacrificadas y aventureras travesías por los caminos de trocha, por los ríos encrespados y traicioneros, en medio de los peligros de la noche y del más rudo cansancio.

Nunca pedía comodidades, no las reclamaba pese a su dignidad episcopal. No reservaba para sí los menores esfuerzos, por el contrario, llevaba sobre sus hombros la responsabilidad de su anunciado programa episcopal: “Seré para ustedes: padre, maestro y pastor”.
Como obispo en salida, pero sobre todo como discípulo de Cristo, obedecía las palabras de su Señor: “Jesús les dijo: «No lleven nada para el camino: ni bolsa colgada del bastón, ni pan, ni plata, ni siquiera vestido de repuesto»” (Lucas 9, 3).

 

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