Francisco convertido querrá en todo momento vivir como su Maestro, trabajar con él, compartir todos sus trabajos con total generosidad. La respuesta de los ejercicios: “todos los que tuvieren juicio y razón” será seguir sin condiciones a su Señor, por tanto, lo más juicioso y sabio será responder con un amor personal, generoso y agradecido a ese amor infinito y misericordioso de Dios Padre que le llega a través del Verbo encarnado.
Es la respuesta de Francisco de Javier… “los que más se querrán afectar y señalar en todo servicio de su rey eterno y señor universal no solamente ofrecerán sus personas...” (EE 95-97). El amor de Francisco es un amor rendido, entregado, porque ha sido seducido. En su temperamento fogoso y apasionado lleva incrustada la lógica ignaciana: “señalarse en servir más…”, la lógica de los EE: “más, más, más”. Javier sale de los ejercicios espiritual e interiormente libre. Y el hombre espiritual de los ejercicios ignacianos se hace totalmente disponible a lo que Dios quiera, tiene delante de sí un camino y un horizonte humanamente inalcanzable, pero posible con la gracia. Francisco Javier se convierte en un hombre “espiritual”, capaz de servir a Dios y al prójimo según una dinámica creciente de generosidad y de creatividad. Se decidirá siempre por lo que más y mejor servirá a Dios y procurará no elegir nunca solo sino con Dios en un clima siempre orante y de discernimiento, rastreando las insinuaciones del Espíritu. Se trata de elegir dejándose iluminar por el Espíritu, para tener nuestro espíritu siempre libre de “afecciones desordenadas”, de vanidades, orgullos, honras humanas, miedos, apegos a uno mismo, y poder llegar a la clarividencia, la lucidez que da el Espíritu. “No apaguéis el Espíritu... examinando todo, retened lo que haya de bueno” (I Tes 5, 19-20). Cuando alguien quiere de verdad ser fiel a Dios, sabe que todas sus decisiones y opciones son importantes, ninguna es banal o intranscendente. Acoger la gracia, seguir las inspiraciones de lo alto nos permite descubrir siempre algo nuevo, acoger la novedad del Espíritu.