La existencia apostólica de Francisco se estructura en torno a la escucha-obediencia de la voluntad de Dios, de ahí la importancia capital de la oración como búsqueda y escucha.
La búsqueda de la voluntad de Dios será siempre una luz orientadora, un estímulo permanente, una fuente de inspiración en su existencia. “Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados” (EE 23). El “más” de los ejercicios ignacianos es un “más” claramente apostólico y audaz. Cuando Francisco ha descubierto en una situación, en un sueño, en una información, en un sufrimiento... la llamada de Dios, nada ni nadie lo frenarán y pondrá siempre todos los medios para alcanzar lo que el Espíritu le sugiere. Ahí se revela también su temperamento. “El viento sopla donde quiere; oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene ni adónde va. Eso pasa con todo el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3, 8). En Javier, los dos amores a Dios y al prójimo se armonizan ofreciendo al hermano el tesoro más precioso que uno lleva: la salvación de Jesús. Tesoro que querrá llevar -como veremos- al rey más poderoso de Oriente: China. Siempre dispuesto incluso a perder la vida por la salvación del hermano. Francisco de Javier se libera de su querer para hacerse totalmente disponible al querer divino, permite a Dios entrar en el núcleo más profundo de su persona. La conversión es dejar a Dios actuar libremente en nosotros. “Porque piense cada uno que tanto se aprovechará en todas cosas espirituales, cuanto saliere de su propio amor, querer y interese” (EE 189). Jesús no nos pide, en un primer momento, hacer más sino ser más… ser más de Dios, dejarle entrar en el centro de nuestro corazón, en el lugar secreto de donde brotan las decisiones y opciones significativas. Javier vivió completamente “prisionero” de los intereses de Jesucristo, por eso fue audazmente libre.
“Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que somos criados” (EE 23).
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