Estamos en 1911. Acabo de llegar al Seminario de Santa Fe de Antioquia. El santo Padre Tressel, nuestro profesor de Teología, ha hecho llegar desde Francia la “Historia de un alma” y la escoge como lectura espiritual de los seminaristas. En mi alma se prendió un fuego como una chispa al principio, como un incendio sideral después...
CAPITULO II
Estamos en 1911. Acabo de llegar al Seminario de Santa Fe de Antioquia. El santo Padre Tressel, nuestro profesor de Teología, ha hecho llegar desde Francia la “Historia de un alma” y la escoge como lectura espiritual de los seminaristas. En mi alma se prendió un fuego como una chispa al principio, como un incendio sideral después. Cada línea, cada letra de este libro inmortal, era una nueva centella y un dardo que me clavaba el corazón. La Venerable Teresita de Lisieux me pareció tan grande, tan perfecta en el ejercicio de las virtudes religiosas, tan sacerdotal y misionera, tan amante de Nuestro Señor y de las almas y, sobre todo, de un corazón tan semejante al que latía dentro de mí, que no pude menos de formar desde entonces un solo corazón con ella. Oía sus conceptos sobre el amor, sobre la obediencia, sobre la humildad, sobre la oración, sobre el apostolado, sobre el celo, sobre todas las virtudes, y se estremecía mi corazón dentro del pecho, anudándose mi garganta, y saltaban a mis ojos como rosarios de perlas muchas lágrimas. Sobre todo, las frases relativas a sus ansías de apostolado y su amor a las almas, su promesa de derramar rosas desde el cielo sobre los mortales y su acto sublime de amor al morir, me cautivaron, me vencieron; y no pude menos de escogerla desde entonces como mi compañera de labores apostólicas durante toda mi vida y en el campo sacerdotal que alcanzaría dentro de breves años. Y que entonces ella, desde el cielo y yo en los caminos fragorosos de la tierra, pero unidos, trabajaríamos por Cristo y por las almas. Y se cumplirían los deseos que de esta manera había expresado:
“Ser vuestra esposa, Jesús mío, ser Carmelita y por mi unión con vos, la madre de las almas, todo esto debería bastarme. Sin embargo, siento en mí otras vocaciones: siento vocación de guerrero, de sacerdote, de apóstol, de doctor, de mártir… quisiera ejercer todas las obras más heroicas; me siento con el valor de un cruzado, quisiera morir en un campo de batalla por la defensa de la Iglesia.
La vocación de sacerdote. ¡Oh, ¡Dios mío, con qué amor, oh Jesús, os llevaría en mis manos, cuando a mi voz descendierais a ellas desde el cielo! ¡Con qué amor os daría a las almas!...
Quisiera iluminar las almas como los profetas y los doctores. Quisiera recorrer la tierra predicando vuestro nombre y plantar, Amado Mío, en tierra infiel vuestra gloriosa Cruz. Más no me bastaría una sola misión, pues desearía poder anunciar a un tiempo vuestro Evangelio en todas las partes del mundo, hasta en las más lejanas islas. Quisiera ser misionera, no solo durante algunos años, sino haberlo sido desde la creación del mundo y continuar siéndolo hasta la consumación de los siglos.”
Dos años después, poco antes de recibir mi subdiaconado, permitía Dios otra prueba, sin comparación, más terrible que aquella ocurrida en el pueblecito que retrataba la sonrisa de Dios. Pero Teresita me ayudó a sortear los escollos y di el paso definitivo a mi subdiaconado.
Hecho sacerdote, afiancé mis vínculos de amor a la Santita y desde entonces trabajo con ella en mis ministerios como sacerdote, como Obispo y como misionero. Un día me hirió un lampo de luz y apareció el Seminario de Misiones de Yarumal, de cuyo seno han salido 40 sacerdotes, 12 hermanos, 12 centros de misión y 250 seminaristas, hijos de Santa Teresita. Otra iluminación y surgió la Comunidad de Hermanas Misioneras de Santa Teresita, comúnmente llamadas “Teresitas”, con 240 Hermanas y 24 centros de misión. Una tercera divina luz y he aquí que nace el convento de Teresitas Contemplativas, que cuenta ya con 33 Hermanas enclaustradas, quienes, con la oración, el sacrificio, la penitencia y el amor, contribuyen al éxito de las labores misioneras de sus hermanos mayores.
Autor: Venerable: Miguel Ángel Builes Gómez
(Fundador).
Imagen de S. Hermann & F. Richter en Pixabay
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