“... pues Dios levanta y esfuerza a los humildes” (C 90, 373). A pesar de sus ricas y numerosas cualidades humanas, Javier vive una humildad impresionante, humildad que no tiene nada de fingido o ficticio, apoyada siempre en su honda experiencia espiritual, en un sentido fuerte de la trascendencia y de la misericordia de Dios.
“... pues Dios levanta y esfuerza a los humildes” (C 90, 373). A pesar de sus ricas y numerosas cualidades humanas, Javier vive una humildad impresionante, humildad que no tiene nada de fingido o ficticio, apoyada siempre en su honda experiencia espiritual, en un sentido fuerte de la trascendencia y de la misericordia de Dios. “Preserva a tu siervo de la arrogancia... así quedaré libre e inocente del gran pecado…” (Sal 18, 14). No es difícil descubrir la influencia de los ejercicios, la impronta de Ignacio en sus expresiones que sin duda traslucen su profunda y rica vivencia espiritual… “desear más ser estimado por vano y loco por Cristo que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo” (Los tres grados de humildad EE 165-167). La búsqueda y el deseo de la humildad interior son en él constantes; encarecidamente y con expresiones, a veces, fuertes y duras, advierte a sus hermanos de los fatales peligros del orgullo y de la soberbia, de la “vana opinión y grande soberbia”, invitándoles en todo momento a seguir el camino de la humildad. Bien podemos entender esta búsqueda como un rasgo determinante de su seguimiento e identificación con su Señor, el Verbo encarnado “que por mí se ha hecho hombre para que más le ame y le siga” (EE 104); búsqueda que nos descubre, también, el recuerdo permanente de su propia conversión, sus luchas interiores venciendo ambiciones y vanidades -trampas sutiles-, reorientando sueños de gloria, nobleza y honra humana.
“Hízome Dios nuestro Señor tanta merced por vuestros merecimientos, de darme, conforme a esta pobre capacidad mía, conocimiento de la deuda que a la santa Compañía debo; no digo de toda, porque en mí no hay virtud, ni tanto talento, para igual conocimiento de deuda tan crecida; más para evitar en alguna manera pecado de ingratitud, hay, por la misericordia de Dios nuestro Señor, algún conocimiento, aunque poco. Así ceso rogando a Dios nuestro Señor, que, pues nos juntó en su santa Compañía en esta tan trabajosa vida por su santa misericordia, nos junte en la gloriosa compañía suya del cielo, pues en esta vida tan apartados unos de otros andamos por su amor.
“Permite Dios nuestro Señor, por su grande misericordia, que tantos miedos, trabajos y peligros el enemigo nos ponga delante, por nos humillar y bajar, para que jamás confiemos en nuestras fuerzas y poder, sino solamente en él y en los que participan de su bondad. Bien nos muestra en esta parte su infinita clemencia y particular memoria que dé nos tiene, dándonos a conocer y sentir dentro en nuestras almas cuán para poco somos, pues nos permite que seamos perseguidos de pequeños trabajos y pocos peligros, para que no descuidemos de él haciendo fundamento en nos...”. “Jamás podría escribir lo mucho que debo a los del Japón, pues Dios nuestro Señor, por respeto de ellos, me dio mucho conocimiento de mis infinitas maldades; porque estando fuera de mí, no conocí muchos males que había en mí, hasta que me vi en los trabajos y peligros de Japón...”
Algo digno de resaltar, a mi modo de ver, es que, en estos textos, y en otros, la humildad aparece revestida de una clara y fuerte dimensión comunitaria y de un amor profundo al pueblo sencillo. La humildad verdadera es camino obligado de todo crecimiento espiritual y condición necesaria de toda fecundidad apostólica: “...porque sin la verdadera humildad ni vos podéis crecer en espíritu, ni aprovechar en él a los prójimos...”, escribirá en una instrucción dirigida al novicio Juan Bravo (C 89, 362).
Tomado de: https://www.javerianos.org/conocenos/san-francisco-javier
Fotografía de Dominio público
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