Blog de Espiritualidad Teresiano
Artículos de interés general de la provincia y en su mayoría sacados de la Publicación "Acontecer Provincial"

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Ella miembro de nuestra comunidad. Transcribo una frase que sintetiza muchas de las experiencias recopiladas en un libro,  al concluir la aventura de la visita a un enfermo a una de las comunidades, cuya jornada por la selva fue de 6.00 a.m. a 6.00 p.m., saltando árboles porque los indígenas acostumbraban cambiar de chagra (sembrados) cada vez que terminaba una cosecha o calculaban esterilidad de la tierra. De regreso, un indígena las invitó a su casa porque la mamá estaba enferma. Nunca hemos visto un sacerdote ni una religiosa... quería que le echaran agua... el nombre? Virginia; la Hna. Gabriela le echó el agua... poco después de la salida de la maloca, la llamó para decirle: mamá acabó, es decir, murió. Al escuchar esto, la Hna. Gabriela dijo a la Hna. Beatriz que la acompañaba: Vale la pena ser misionera aunque sea sòlo para bautizar a Herminia. Con profunda emoción añade la Hna. Gabriela: estuve en la cachivera descrita por el Venerable Obispo misionero en “Cuarenta dìas en el Vaupès” donde escribe

“Al medio día llegamos a la parte superior de la cachivera de Carurú, al punto llamado con el mismo nombre. Donde hay varias malocas. Nos fuimos a la mejor para preparar allí nuestro almuerzo. Hubo tiempo para todo, pues sólo a las 3 pudieron subir con la canoa, nuestros esforzados bogas. ¡Pero qué cascadas! No se pueden llamar así porque no se desprenden verticalmente; pero aquello parece un “fin del mundo” contemplado y oído de cerca, como decía admirado nuestro buen Padre Vicario: “Después de una cachivera de estas, Dios”. 

Yo, Nora Gómez, era una niña de segundo elemental. Los Misioneros de Yarumal visitaban las escuelas, colegios y parroquias de la Ciudad. El miércoles llegaban puntualmente a la escuela  “La Inmaculada”, daban la catequesis y nos hablaban de las misiones. Otra mañana de esas, recuerdo, llegaron también a la escuela las Misioneras Lauritas, con la autorizaciòn de las maestras que no perdonaban minuto para incentivarnos por la misiones. Ellas nos hablaron con entusiasmo y mucha emoción de los indígenas del Vaupés, nos describía su vida y sus costumbres.   La frase que marcó el inicio  de mi vocación misionera, quedó como  tatuada en mi mente y en mi corazón fue esta, que se convirtió en el eslogan de  mi vida: 

“USTEDES SON POBRES PERO HAY OTROS MAS POBRES QUE USTEDES”

pronunciaron después de observar que la mayoría de las alumnas de esa Escuela no teníamos zapatos y llevábamos un vestido muy sencillo. Tanto mis hermanas Marta, Luz Elpidia y la suscrita al saber que para ser misionera e ir al Vaupés sólo se necesitaba cumplir 16 años y querer ser misionera, hicimos parte del elenco de las misioneras en potencia al alcanzar la edad requerida porque las ganas ya las teníamos. En la noche narramos a mi papá y a mi mamá lo sucedido en la jornada escolar; ellos nos animaron y ofrecieron todo el apoyo. 

Como pasaba y –pasa todavía- las Misioneras Lauritas no volvieron a aparecer por la Escuela... regaron la semilla vocacional, se llevaron la lista... (cf 1Co 3,4-6). Muy a los inicios de la educación secundaria, encontré en el camino a las Misioneras Teresitas y con ellas, el Instituto donde mis sueños se hicieron realidad al cumplir la edad que las Lauritas nos habían indicado. Trascurrió el periodo de la formaciòn y el mismo día de la Profesión Religiosa, 26 de mayo de 1974, la Superiora General me destinó para trabajar en “En MI QUERIDA AMAZONIA”, en Carurú, perteneciente al Vicariato Apostólico de Mitù. Confieso que para mí fue la hora de gracia, porque nunca habìa expresado que mi vocaciòn misionera la habìa motivado esa catequesis de las Hermanas Lauritas al hablarnos de los indígenas del Vaupés “más pobres que nosotros”. Para mì fue un regalo de la Providencia. 

Viajamos en enero de 1975 de Bogotá vía terrestre a Villavicencio y  de allì a Carurù en un aviòn de carga, aterrizamos en una pista pavimentada por la ladilla o colorados. Encontramos en el aeropuerto al padre Libardo Castaño, el párroco y al diácono Hernán Arboleda, Misioneros de Yarumal, con quienes conformamos el equipo de trabajo. Todos le pusimos ganas al trabajo educativo y pastoral.


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