La tristeza del ser humano sumergido en sombras de muerte. Una realidad que duele.
Cuántas personas hoy crecen ante Dios como un retoño, en un inicio hay gran esperanza y con el pasar de los años son como raíz en tierra seca. La familia, el ambiente no son favorables y se trunca el proyecto de Dios.
Con facilidad se oye hablar de “los desechables”, se desprecia y se tiene como basura a seres humanos, hijos de Dios, hermanos nuestros. Ellos cargan sobre sí el dolor de no tener una familia y de ser el resultado de lo que otros han hecho; el sufrimiento es el pan de cada día. Nuestra felicidad es el precio que ellos pagan, pues viven el desamor, la soledad, el rechazo, la marginación, la falta de oportunidades, las conse- cuencias de la droga, la mentira, el abuso, la indiferencia y la crítica de muchos que prefieren murmurar antes que buscar medios para ayudar.
Estas personas viven el dolor de haber perdido una familia, sienten la incapacidad ante los propósitos... Y al pasar junto a ellos muchos miran a otro lado, no tanto por miedo sino por temor amar, a comprometerse y sentir responsabilidad para con ellos y dar así el primer paso de acercamiento que implica buscar y descubrir a Jesús allí, que clama la misericordia que Él tiene para con nosotros. Despreciados en una acera, una esquina o en algún lugar de la ciudad, pasamos y no tocan nuestro cora- zón, porque está lleno de cosas y nos olvidamos de lo fundamental. A lo mucho un “qué pesar” y seguimos nuestro ritmo de vida. luego un clamor: Señor Jesús no alcanzo a descubrir tu rostro, te busco y no te hallo, te hallo y no te reconozco.
Ese ser que está en la calle, carga con mis egoísmos; le falta lo que no he querido compartir porque he cerrado mi mano, olvidando brindarla cálida y acogedora a mi hermano, me he olvidado de la responsabilidad que tengo para con él. Estoy bien a costa de su soledad, de su tristeza, de su abandono, tengo lo más grande y maravillo- so que Dios ha podido darme: El amor y me niego a compartirlo. Ese ser en la calle que carga con mi pecado no es azotado por Dios, es herido por mi olvido.
Y después de tanto sufrimiento en la calle, de vivir el maltrato, la burla y el insulto, viene la tortura de estar en una cárcel. Calla porque confía en la justicia Divina, sus argumentos no tienen valor por ser de la calle, todo se presupone y allí en la cárcel vive el abandono; sólo clama: “que vengan a visitarme” ... En el tribunal no ha habido justicia, se ataca la consecuencia y los culpables ni se sienten aludidos ante esta situación.
Allí en medio de cuatro paredes, hacinamiento y tras unas rejas le hemos abandonado a su suerte, condenado, enfermo, olvidado, angustiado y sin comida. Él carga diaria- mente el castigo y yo disfruto de la libertad, sin sensibilizarme con esa realidad.
Todos andamos errantes, cada cual vive su mundo a su manera y los más débiles son arrastrados por las diferentes corrientes que destruyen la persona haciéndolo esclavo y enfermo. Ante la sociedad aparecen como lo peor del mundo y no me doy cuenta del cáncer que soy cuando dejo ir a mi hermano por caminos errados y no hago nada por evitarlo.
Arrancado de su “Zona”, sufre el ser sepultado en vida en un lugar donde sólo se respi- ra muerte, donde las noches son oscuras y frías, no se puede dormir ante el peligro de un abuso sexual o mano criminal. Allí pasa los días, sin sentir el tiempo correr y cuando la enfermedad le azota, sin remedio, sin compañía, en completa soledad y sin consuelo llega la muerte, arrancándole de esta tierra de vivos que fue para él como tierra de muertos.
Esta es la historia de Willy Gabriel Gutiérrez, alias “patas largas”, de 24 años, el cual descansó en la paz del Señor, el día el día 24 de enero de 2004, en la Penitenciaría de Guayaquil a causa de la tuberculosis... Doy gracias a Dios que me dio la oportunidad de acompañarlo en la calle y en la cárcel…
Ante esta realidad, como Misioneras ¿qué estamos haciendo y que estamos dispuestos a hacer por nuestros hermanos de la calle, de las cárceles y de tantos lugares donde sufren opresión y olvido?...
Hna. Silvia Aristizábal Misionera de Santa Teresita
Photo by Yannick Pulver on Unsplash
***