Para los misioneros y misioneras de la familia MAB que han compartido este lugar teológico de la misión, tan significativo y otros lugares de la Amazonía, al intra-extra: Venezuela, Ecuador, Perú, Brasil y Bolivia; hago memoria no sólo de la letra del coro del Himno del Vaupés, sino también para que recuerden sus aventuras misioneras y las presenten al Dios de la vida, en acción de gracias por la Amazonía que necesita hoy mas que nunca nuestra entrega y compromiso.
En 1939 tuve en Lisiuex una entrevista con Santa Teresita en donde ella misma transverberó mi alma, como el ángel había atravesado la suya. Transcribo de mi diario de entonces: Día 20 de agosto de 1939: Vuela el auto por aquellas amplias carreteras; pero mi corazón no vuela, porque hace tiempo que está junto a la que ama mi alma, y conversa con ella de los intereses del Amado. De veras, mi cuerpo estaba aún ausente pero mi espíritu contemplaba la dulce compañera de labores y de mi vida, con la que quisiera renovar el mundo...
Por la muerte de Monseñor Antonio Bayter Abud Primer Obispo de Inírida
Siguiendo las huellas del “Celo Ardiente hasta el Sacrificio” del Fundador en cada uno de sus Misioneros Javerianos y entre muchos, que han dado la vida en la “Casa Común” de nuestra selva amazónica colombiana, sentimos la partida de nuestro querido Monseñor Bayter quien fallecido el 21 de agosto de 2020...
Tres cuestionamientos pasaron por la mente de MIGUEL ANGEL BUILES lo deja entrever en su obra “40 días en el Vaupés”:
Estamos en 1911. Acabo de llegar al Seminario de Santa Fe de Antioquia. El santo Padre Tressel, nuestro profesor de Teología, ha hecho llegar desde Francia la “Historia de un alma” y la escoge como lectura espiritual de los seminaristas. En mi alma se prendió un fuego como una chispa al principio, como un incendio sideral después...
Está muy sugestivo este título, me diréis y yo no os lo puedo negar. Pero si Dios es caridad y si del Padre se comunicó el amor al Hijo al ser éste engendrado en los siglos eternos, compenetrando después la Santísima Humanidad en el misterio sublime de la Encarnación; si de la humanidad en el misterio sublime de la Encarnación; si de la Humanidad del Verbo pasó a todos los corazones de los hombres; y si esa divina caridad, que es el amor, incendia con los fuegos celestiales todo el cuerpo místico de Cristo, abarcando la iglesia triunfante con todos sus escogidos, la Iglesia purgante con todas las almas que sufren y la Iglesia militante con todos los que peleamos las batallas de la fe, ¿no podría el amor divino prender en el corazón de un viandante ese mismo fuego hacia otro ser ya comprensor que está en la beatitud? Sí, y eso es lo que ocurrió a este servidor con Santa Teresita del Niño Jesús...
¡Amada Congregación! Llegó tu hora, llegó tu hora, la hora de tu apertura a la misión Ad Gentes en el Continente Africano. Fue el 12 de septiembre de 1987, fecha que se hizo grande en los anales de la historia del Instituto, por la celebración del “ENVIO” de las primeras Misioneras Teresitas a las tierras africanas, para llevar el anuncio de la salvación.
La educación, más que un derecho como lo contempla nuestra Constitución Política en el Título 2, Artículo 67 “La educación es un derecho de la persona y un servicio público que tiene una función social; con ella se busca el acceso al conocimiento, a la ciencia, a la técnica, y a los demás bienes y valores de la cultura”; es una misión espiritual que nos permite seguir los pasos de Jesús, para quien los menos favorecidos, ávidos de amor y conocimiento, eran su gran razón de ser y estar en este mundo....
Se cerró el telón del teatro, actores espectadores en silencio una nueva obra se presenta a los espectadores, un obra montada en horas y minutos la trama de la obra cambió, los actores, el mundo cambió, se transformó, los planes y programas, el acomodamiento, los proyectos en prueba... todo se derrumbó, se produjo un cataclismo beligerante que traspasó edificios mares, ríos, montañas, instituciones, reinados, gobiernos, familias, niños y niñas, jóvenes, pues tocó lo más sagrado: la vida; todo se “paralizó” momentáneamente y cambió de color, de ánimo, de trabajo, colocando a los habitantes del mundo y a quienes lideramos hoy una Institución Educativa Católica en situación de expectación porque ha tocado el corazón de nuestra Institución, el corazón del universo...
En este tiempo de pandemia y de cuarentenas alargadas y encogidas quisiera unirme a la vida de la selva, del rio y del raudal. La selva de cemento limitada por barreras de adobes y chambranas, puertas y ventanas hacen de la quietud de este tiempo una experiencia un poco traumática y desesperante. Mons. Builes, por su lado, se adentra en una cuarentena natural del 14 de octubre al 25 de noviembre de 1950 en las extensas selvas del Vaupés, en la que la aventura, el celo ardiente por las almas y la conciencia de su vocación misionera, harán de las dificultades un libro, en el que la vida cotidiana, llevada conscientemente, generará conocimiento y crecimiento. Me atrevo a describir algunas de las actitudes de nuestro fundador en su viaje misionero, que podrían ayudarnos en nuestra actual situación de pandemia.
Ella miembro de nuestra comunidad. Transcribo una frase que sintetiza muchas de las experiencias recopiladas en un libro, al concluir la aventura de la visita a un enfermo a una de las comunidades, cuya jornada por la selva fue de 6.00 a.m. a 6.00 p.m., saltando árboles porque los indígenas acostumbraban cambiar de chagra (sembrados) cada vez que terminaba una cosecha o calculaban esterilidad de la tierra. De regreso, un indígena las invitó a su casa porque la mamá estaba enferma. Nunca hemos visto un sacerdote ni una religiosa... quería que le echaran agua... el nombre? Virginia; la Hna. Gabriela le echó el agua... poco después de la salida de la maloca, la llamó para decirle: mamá acabó, es decir, murió. Al escuchar esto, la Hna. Gabriela dijo a la Hna. Beatriz que la acompañaba: Vale la pena ser misionera aunque sea sòlo para bautizar a Herminia. Con profunda emoción añade la Hna. Gabriela: estuve en la cachivera descrita por el Venerable Obispo misionero en “Cuarenta dìas en el Vaupès” donde escribe: